Cultura y Arte Anti-Capitalista

lunes, noviembre 06, 2006


Este cuento no está terminado: ¿Y qué chingaos?, de todas formas lo publico en este blog; he dicho otras veces: debemos comenzar a apreciar los fragmentos incompletos, las versiones por encima del producto final:

Soñé que entrábamos a una galería en ruinas y, a juzgar por tu rostro ansioso, me mirabas esperando a que me gustara. Dentro de la galería, en vez de admirar una pared llena de cuadros cuadrados, en completa oscuridad, vimos una multitud de personas, de pronto, como en función teatral, el primer cuadro se acerca a nosotros: es un señor de barba, aunque nunca haya visto una foto de Gombrowicz te digo: es Witold Gombrowicz sin playera; trae un pantalón de viejo, es de mañana, estamos en su baño y, al parecer, comienza su día, se enjuaga el rostro con agua imaginaria, nos ve como si fuéramos su espejo, entonces, emocionado, se acerca demasiado a ti, se echa crema de afeitar en todo el rostro, te ve fijamente y saca su navaja, voltea hacia mí, soy su espejo, comienza a rasurarse de arriba abajo con una ilusión enajenante, sus ojos son mis ojos cuando pienso en el futuro, sin embargo, acelera el ritmo de su rasurada, parece poseído, se quita toda la barba y sigue de arriba a abajo, raspa su piel con entusiasmo, empieza a sangrar a chorros, aprieta su mandíbula, me ve con emoción, se rasura el cuello, se corta la yugular, la sangre me salpica y el rasurado Gomrbowicz sangrante vuelve a la multitud. Volteas a verme para ver que me ha parecido y, antes de que pueda abrir la boca, proviene de la multitud un segundo cuadro. Se trata del mismo Gombrowicz, ahora rasurado, que contempla de lejos a una señora toser y toser. La tos me perturba, también al recién rasurado; al resto de la multitud, incluyéndote, les parece de lo más normal, incluso a algunos les provoca risa; no obstante, suena tan angustiante, para mí, la tos, que comienza a atormentarme y, entre más atención le pongo, más fuerte es la tos, las flemas más amarillas se escurren al piso, más se retuerce ella, tose y tose a punto de morir ahogada, como si fuera asmática y tuviera un gato en la garganta, siento ansiedad, impotencia, quiero aliviarla, ayudarla, pero sé que es un cuadro, es ridículo pensar en pasarle un vaso de agua, en eso pienso y se tira al suelo a seguir tosiendo y retorciéndose y, a rastras, vuelve a la multitud empujada por Gombrowicz. El tercer cuadro se nos acerca, soy yo, me acerco a ti, te veo, me alejo, soy yo, me alejo, rodeo mi boca con las manos, estoy a punto de gritar, de mi pecho siento como el otro yo está a punto de gritar, siento el aullido en mi garganta, no quiero soltarlo, el otro yo de lejos me contempla, me espera, sabe que la decisión del grito está en mi garganta, lo suelto, antes de mi voz hay una grieta y por ahí se escapa el grito, el otro yo de lejos, se queda estático, sin poder soltar su emoción, te ve, se aleja, vuelve a la multitud y aplaudes y aplaudo. Como todo sueño, está sujeto a mi interpretación.
Desperté y lo relacioné de inmediato con la conversación que tuve, el domingo pasado, con mi padre. Me preguntó cómo me iba en el amor; le contesté. Me aconsejó que dejara de agobiarme tanto por el futuro y que apreciara más el presente, que disfrutara, que diera todo ahora y no recular por el miedo al mañana. Disfruta, me dijo, deja esa pinche ansiedad, si entregas algo, hazlo por ti, y no por esperar algo a cambio, mañana se te devolverá por la misma u otra vía. Más que a mi situación amorosa, esas palabras, me aliviaron a varios niveles, incluyendo mis ganas de escribir. Por pensar en escribir el gran cuento, me quedo en el vacío. Creo que ese primer cuadro del sueño, en cierta forma, me ha propuesto escribirlo, transmitirlo. Lo único que se me ocurre es hacerlo cuento. Me propone crear ahora y no en el futuro, es decir, debo actuar sin pensar en la posibilidad de contradecirme en el mañana. La forma de quitarme esa ansiedad es, supongo, escribiendo. La ansiedad que me provocas es parecida a la de mi ausente obra. Así que me pareció una buena idea comenzar por escribir el sueño, convertirlo en cuento. De inicio suena insensato, sin embargo, se me ocurrió narrar las tres escenas aisladas, tal como las soñé, sin un hilo conductor, sin nosotros en la galería, sin la galería. Pero entonces surgió la pregunta: ¿qué quiero contar con todo esto? ¿Por que pensar siempre en una anécdota? Recordé que precisamente suspendí mis pretensiones de narrador por no haber obtenido la beca. Quizá es momento de abordar de nuevo esas ideas de narrar las variables que afectan el rumbo de un texto. Poner énfasis en el proceso y no en el producto final, como si los cuentos fueran embutidos, chingá. Quizá el problema es ese: que no son cuentos, sobre todo cuando hablo de transmitir emociones con retazos de otros autores. A veces pienso que no me dieron la beca por mis ideas de robar de otros textos. ¿Por qué en la música los sampleos se aprecian con maestría?, ¿de qué privilegios goza la literatura para que yo no pueda meter líneas de otros autores en mis textos, en mis textos? Pero a lo que iba es a que quiero que mi cuento se interprete como a un sueño, sin ser sueño, por asociación de ideas que, al leerse, viaje directamente al inconsciente del lector. Quizás en vez de escribir un cuento de mi sueño lo que quiero es contar la ansiedad por contar cuentos, sin embargo, mi medio para lograrlo, el que se me ocurre, es un cuento derivado de un sueño. Por otra parte, ¿por qué Gombro? Cuando leo al buen Witold Gombrowicz es como si platicara con un amigo que me conoce bien, tal vez, dentro de mi sueño, simboliza mis insensatas aspiraciones, no sé, tal vez porque acababa de leerlo una noche antes. En fin, Gombrowicz es el polaco que fue a Argentina por unos días y, al bajar del barco estalló la guerra y tuvo que permanecer, ahí, en Buenos Aires, como 25 años. Manuel Puig dice en una novela que un asmático no podría vivir en Buenos Aires. En fin, el buen Gombro es el que, al subir al barco que lo llevaría de regreso a su Europa, les gritó a los argentinos: Maten a Borges. Todos quisiéramos decir maten a Borges, pues es sagrado en nuestro canon literario, en nuestra aura latinoamericana, en nuestra idea de aspirantes a europeos, sin embargo yo no podría hacerlo, lo admiro, Pierre Menard y Herbert Quain son cuentos intocables. Witold sí, por eso lo meto en mis sueños, quizá por eso quiero meterlo en mis textos, es el desenfadado que se atreve a romper las convenciones, que actúa para que, al contemplarlo, podamos liberarnos de esos pensamientos distorsionados. Él insulta a Borges para que nosotros no tengamos que hacerlo y podamos guardarlo a salvo en nuestra corazón de lectores, nos desahoga pues. Gombrowicz es mi personaje que iría a Oaxaca a gritar no sólo fuera Ulises Ruiz, gritaría: Maten a Toledo, olvídense de Juárez, es momento de dejar atrás las simulaciones, ¿entienden lo que pasa?, a crear nuevos simulacros, es el momento de despojarse de los escombros y pensar que el futuro es más valioso que el pasado. Otra vez vuelvo a pensar en el futuro, pienso y pienso pero no escribo ese cuento. Soy un lugar común; tengo 24 años, no lo veo mal. Hay que actuar ya. Tengo que escribir ese cuento.
También influye el hecho de que Oscar haya escrito un buen cuento, me entusiasma, sinceramente, pero en algún nivel me obliga a escribir pues ya no sé si mi forma de pensar es una creación de su ficción o si su forma de ver la ficción es una creación mía; en todo caso, es una especie de alma amiga: a los dos nos aterra tanto parecer decadentes que preferimos ser gente ordinaria con trabajos ordinarios a intentar ser originales; por miedo a parecer decadentes preferimos, espero hablar también por él, nuestra obra ausente. Esa idea de adelantarnos, de pensar en el mañana, nos frena. Como si realmente creyéramos que la literatura tiene un mañana. El otro día, al colmo de aceptar nuestra poca creatividad y nuestra tendencia al plagio, o mejor, a la reproducción, a la reproducción, a la reproducción, y cediendo a nuestro impulso por parecer originales, decidimos crear una banda de rock que se llamara The Beatles, lo único malo es que no conocemos ni una nota musical y además tenemos pésimo ritmo, de modo que esa idea, como tantas otras, volvió al cajón. Tal vez fue nuestra forma de matar a Borges. De nuevo: esa ansiedad ¿Qué se oculta detrás de toda esta ansiedad? Qué tiene que ver la velocidad con el tocino, diríame el buen Gombro levantando su voz de seudo aristócrata. El caso es que Oscar comienza a actuar, a trabajar, y yo, puro pensamiento y nada de práctica. Al cuento. Trato de escribir pero no encuentro la unidad, sé que algo ata a los tres cuadros de la galería, sé que tú me llevaste a ese sueño por alguna razón, algo anda ahí: mi dilema es conocer si el embalaje se suscita en el tiempo, es decir, sucede una cosa y luego otra y los intermedios lo explican todo, o sí los intermedios no existen y entonces el cuento es la asociación de ideas que libremente hace cada lector, en cuyo caso, contaría tantos cuentos como lectores lo leyeran. ¿Cómo darle peso específico a esa idea, desarrollarla y organizarla en un cuento, cuando mi tiempo es el de un diseñador gráfico, un tiempo que nadie respeta? ¿Cómo darle forma con alusiones que no puedo extraer de mí mismo en toda su plenitud? ¿Con líneas copiadas casi textuales al diario del buen Gombro? Me quedo inconfeso, ante ti, y fragmentario, impotente ante el absurdo que me distorsiona.

el Andrei